lunes, 21 de octubre de 2013


OCTUBRE EN LDU: Colaboración a cargo de Candela Robles Avalos (relato)

Octubre en LDU presenta un increíble relato llegado vía facebook de una nueva colaboradora en el especial. Este relato es altamente recomendable; lean y comenten.

“Rose”

Por Candela

Robles Avalos


Las rosas crujieron en su mano y, al abrirla, vio los pétalos desprendidos, dispersos por la palma. A Rose le gustaba tocarlas. Le parecía que así, tras varios días sin que la abuela viniera a regarlas, eran más bonitas que cuando finalmente florecían, como si plantar las semillas y cuidarlas durante su crecimiento tuviera ese único fin, inalterable: el color borgoña de su última vejez. Ya no faltaría mucho para que el resto de los arbustos se deshicieran igualmente, rindiéndose al elemento que decidiera perturbar su fino equilibrio. Entonces el proceso se iniciaría otra vez con las semillas que mamá guardaba en la cocina, aunque nunca sabía exactamente cuándo sería eso. La abuela podía tardar un buen tiempo en decidirse en renovar el jardín, por otro lado seco y polvoriento, pero no importaba. Con tener los pétalos marchitos bastaba.
Rose recogió un buen puñado en la falda de su vestido, alguna vez blanco y ahora grisáceo. Cuando le pareció que era una cantidad suficiente regresó a la casa, saltando de dos en dos los ruidosos escalones sucios. Entró en la cocina y dejó, subid a una silla, su carga encima de la mesa. La abuela hacía un té de rosas delicioso, pero ese día no podría ayudarle, por lo que debía hacerlo todo ella sola. El hecho la entristecía un poco aunque no mucho. Después de todo todavía tenía al señor Dickens, al señor Twist y la señorita (que no señora) Jane para acompañarla durante la celebración de su cumpleaños número ocho.
Se había pasado gran parte de la mañana preparándolo. La mesa, las sillas y la decoración consistente en figuras de papel recortado o doblado ya la esperaban. Las galletitas que la abuela hizo anoche se lucían tentadoras cerca de la tetera negra, aguardando su momento de brillar sobre el tazón plateado ya colocado en la bandeja que usaría para servir todo. Encendió la hornalla sin problemas. Lo había hecho cientos de veces. Desde que aprendiera a caminar la abuela le había inculcado muchas nociones básicas para aprender a manejarse por su cuenta dentro de la casa. Hasta que la tetera no empezó a silbar no volvió a tocarla. Entonces recogió un trapo lleno de viejas manchas marrones que habían hecho endurecer la tela y, a modo de guante, lo utilizó para llenar cuatro tazas. Mientras el agua continuaba humeando hundió con una cucharilla dos pétalos en cada una, revolviendo el contenido rojizo antes de ir a por la miel y azúcar.
Por fin, estaba listo. Llevó la bandeja al exterior. Hacía un sol odioso y casi no había nubes. Pronto percibió el calor que la capa de su cabello negro dejaba en su espalda y, apenas tuvo las manos libres, se lo acomodó sobre un hombro.




-Un clima espantoso, ciertamente -dijo de forma pomposa, dirigiéndose al señor Dickens. El señor Dickens era un elegante payaso salido de una caja mecánica, bigote negro dibujado y ojos azules descoloridos-. Sí, por supuesto que puede tomar una taza, señorita Jane. Discúlpeme usted la descortesía.
Puso una taza en frente de la señorita Jane, un peluche de conejo blanco con tantas manchas que algunas ya era imposible recordar de dónde salieron. En lugar de ojo, la señorita Jane contaba con un parche verde que, según su historia, era su forma de recordar a su difunto esposo pirata perdido en el mar. Por último atendió al señor Twist, un muñeco de porcelana de cara agrietada y mano ausente. Rose podía haber invitado a muchos más, su habitación tenía varios candidatos, pero con sólo tres mantenía la ilusión de tener una reunión elegante, íntima. Además era mucho más sencillo crear conversaciones entre cuatro que entre ocho o diez.
-Tuvimos suerte -comentó, tras tomar un sorbo de té muy azucarado-. Las flores hoy estuvieron en su punto. ¿Quieren más galletas? Tomen las que quieran, por favor. Hay más en la cocina. Debo decir que es un adorable conjunto el que lleva hoy, señorita Jane. ¿Acaso se hizo algo nuevo en el parche? Y usted, señor Twist, debo felicitarle. Entiendo que las cosas van muy bien en la granja -Escuchó con cara seria la queja del señor Twist sobre que las vacas no estaban dando tanta leche como el año pasado-. Pues eso está muy mal, señor Twist. ¿Se le ha ocurrido que tal vez no las alimenta apropiadamente? Quizá el pasto que les da no es de su gusto.
Hace unos días Rose había leído la enciclopedia y
descubierto que las vacas no tenían uno, sino cuatro estómagos para digerir la comida. Sugirió que a lo mejor a uno de los estómagos no le gustara lo mismo que a los otros y, enojados, causaran que hubiera menos leche que dar. El señor Twist dijo que nunca lo había considerado y que averiguaría cómo resolverlo. Rose iba a escuchar el cumplido que la señorita Jane iba a dedicarle a su forma de arreglar la mesa con flores de papel pintado cuando un ruidito proveniente del bosque a sus espaldas trabó las palabras en su garganta. Podía no ser nada pero de todos modos ella escuchó. Había leído sobre criaturas propias del bosque, criaturas desagradables, y aunque la abuela dijo que no tenía que preocuparse por ellas, todavía se sentía inquieta y curiosa. Volteó lentamente.
Al cabo de unos segundos lanzó un chillido. El montón de hojas abajo de la elevación de tierra que entraba al bosque acababa de deshacerse bajo el peso de un zorro. Creyó que sería un zorro, con todos sus dientes y garras, listo para rugir y gruñir como los leones, hasta que lo vio alzarse sobre dos piernas y sacarse a manotazos las hojas del cabello rubio. Rose cerró la boca, no menos impresionada que antes. Observó el lento caminar del niño como el de una araña sobre su brazo. Era de su misma estatura y vestía una camiseta blanca manchada de barro. Los pantalones negros, igualmente, tenían figuras polvorientas que debían ser anteriores a la caída.
-¿Por qué gritas? -preguntó el niño, despejándose el rostro al fin.
Rose pensó que nunca había visto ilustraciones de unos ojos tan claros. Se levantó de la silla.
-Me asusté -replicó sin más, insegura. Agregó-: ¿Y tú qué haces aquí? No se supone que los niños del pueblo lleguen tan lejos. ¿Acaso no sabes lo que puede pasarte si vas al bosque solo?
La abuela era muy explícita en ello. Los chicos buenos se mantenían fuera del bosque. Malas cosas pasaban a los que no hacían caso de esa regla.
-No era mi intención -dijo el niño, sonrojándose un poco-. Estaba buscando rocas para tirar al río y me perdí. Lo único que se veía era la casa. ¿Qué estás haciendo?
Acababa de notar la mesa bajo el árbol y a sus invitados. Rose bufó.
-¿Qué parece? Estoy teniendo una fiesta de cumpleaños.
El niño la miró arriba abajo de una manera que le pareció sumamente grosera.
-¿Aquí? ¿Cuántos años cumples?
-Ocho -dijo con cierta petulancia-. ¿Y tú?
-Yo cumplí nueve este año -Rose se desinfló un poco, pero el niño ni siquiera lo notó. Continuó contemplando su casa como si hubiera algo raro en ella-. ¿Vives aquí?
-Claro. Mi familia ha vivido aquí desde que la abuela era pequeña -Recordó la historia que la abuela le contara para explicarle ese hecho-. Hace mucho tiempo mamá trató de irse, pero no duró mucho afuera y acabó regresando con mi papá.
-¿De veras? -respondió el niño, volviéndose a ella-. Parece abandonada.
-Es que está vieja y las casas viejas lucen así, por más que haya gente viviendo en ella -Rose se dejó caer en su asiento, los brazos cruzados. A ella le gustaba su casa tal como era, familiar y cálida, oscura, grande y segura-. Creo que deberías irte. A la abuela no le agradan las visitas.
-¿Tú las hiciste? -inquirió el niño sin escucharla, señalando las flores sobre la mesa.
Rose le hubiera insistido que se fuera pero resultaba que se enorgullecía de lo bien que le salieron los adornos. Había perdido su oportunidad de presumir de ellos en frente de la señorita Jane. Bien podía aprovechar esta nueva.
-Así es -dijo-. Se llama "origami" y lo aprendí de un libro de la biblioteca. Papá lo trajo de un lugar muy lejano cuando era marinero.
El niño tomó una de las flores en sus manos. No la aplastó ni apretujó como ella temía. La sostenía igual que si fuera una verdadera flor, examinándola cuidadosamente, y ese sólo detalle acabó de ablandarla. En realidad la abuela no tenía ninguna opinión acerca de las visitas porque nunca recibían alguna. Niños podían aparecer de vez en cuando, pero no se quedaban lo suficiente para considerarse visitas. Y la mayoría eran muy ruidosos de todos modos, nada agradables para tener cerca. El niño regresó la flor a la mesa como correspondía; con suavidad y respeto.
-¿Cómo te llamas? -preguntó Rose.
-Oliver -Como el señor Twist. De inmediato le gustó-. ¿Y tú?
Ella se lo dijo.

--rose--

Oliver no se había perdido meramente por casualidad en el bosque en busca de piedras. Su familia venía de la ciudad, donde cada esquina se iluminaba con faroles al anochecer y las fábricas echaban humo negro desde la primera hora del día hasta la última. Su papá trabajaba en una de ellas, pero cuando las cosas fueron mal y lo despidieron mamá aceptó servir en una casa de sirvienta en el pueblo. Desde su llegada no había oído más que cosas extrañas en torno al bosque: que si la gente desaparecía, que si demonios bailaban por ahí, que si las brujas tenían sus reuniones, que todos habían visto por lo menos una vez a un espíritu maligno llevándose a los niños peor portados durante la noche. Sus padres no tardaron en repetirlo el mismo cuento y lo hicieron de tal forma que Oliver acabó decidiendo que para ir al bosque no había mejor momento que en la mañana, cuando se presuponía que todos los espantos tomaban un descanso. Oliver quería ver los restos de las hogueras o lo que fuera que dejaran a su paso, puesto que jamás había estado cerca de un sitio parecido, pero acabó perdiendo el rumbo. De lo que sí pudo ver, sólo había árboles desnudos, ardillas y pájaros. Nada más extraordinario que eso. Y aun así, de ningún modo se habría esperado descubrir que había gente, una familia entera, viviendo en medio.
Rose le parecía extraña. Hablaba pronunciando claramente cada palabra, como si en lugar de decirla la recitara, y usabas algunas cuyo significado ignoraba y ella le tenía que explicar. Cuando se lo comentó, ella arguyó que no era su culpa si leía más y mejor que él. Rápidamente entendió que, si le daba cuerda,  Rose podía llevar toda una conversación sólo con los hechos que había aprendido de los libros. El entusiasmo que otros niños sentían por sus juguetes nuevos la impulsaba. Jamás había ido al pueblo y ni falta le hacía. Tenía todo lo que necesitaba en la casa.
Al final de la tarde le indicó el camino más rápido y directo al pueblo, el mismo que seguía su abuela cuando iba. Aunque Oliver todavía no sabía bien qué pensar de la niña en cuanto esta dijo "vuelve mañana", apenas dudó un segundo para decir que lo haría. A su manera mojigata y presuntuosa, le resultó divertida.

--rose--

Rose todavía miraba por la ventana cuando perdió a Oliver de vista. Le dolía un poco la garganta por haber estado hablando durante todo el día, pero se sentía bien, satisfecha por cómo resultó su cumpleaños. Casi no se dio cuenta del momento en que la abuela apareció a su espalda.
-¿Quién era ese niño? -le preguntó.
Rose vio que tenía a sus invitados entre los brazos. Se los había olvidado afuera.
-Un chico del pueblo -respondió-. Un poco tonto. Se perdió.
Extendió las manos y su abuela le entregó su favorita, la señorita Jane, antes de ir a guardar al resto.
-¿Le dijiste que no puede salir al bosque después del anochecer?
-Sí, muchas veces. No creo que lo haga -Rose hundió el rostro en la suave espalda del conejo-. Lo invité a venir mañana.
No escuchó ninguna respuesta proveniente de la abuela, pero estaba segura de que la había oído. El chirrido de una puerta abriéndose. Al levantar de nuevo la cabeza encontró a la abuela agachándose para verla. Era bastante alta por lo que ni aún entonces estaban a la misma altura.
-¿Tú quieres que venga?
-Es un poco tonto -repitió Rose para darse confianza-, pero no es malo.
Después de cenar en el salón, a la luz de unas velas casi completamente derretidas, Rose subió a cambiar su vestido del día por el camisón negro de la noche. Antes de irse a acostar fue a la habitación de mamá y papá, asegurándose de tocar la puerta antes de entrar. Los dos estaban enfermos desde hacía años, por eso no podían salir de la cama, y nada indicaban que mejorarían pronto. Apenas guardaban alguna semejanza con el retrato decorado por telarañas en el pasillo, aunque todavía podía reconocerlos. Los ojos azules de mamá podían haberse perdido en su cabeza, pero todavía conservaba el cabello negro lleno de bucles tan bonito de siempre. La piel de papá podía haberse puesto amarillenta y estirada sobre los huesos, pero todavía llevaba puesto su traje favorito rojo oscuro. Ambos mostraban la cicatriz negra de la operación de emergencia que la abuela tuvo que realizar para salvarlos y olían a las hierbas usadas para reemplazar su anterior relleno podrido. Algún día, cuando la abuela hubiera preparado la medicina, se levantarían y recuperarían la forma, pero por ahora habría que conformarse con su estado actual.
-Buenas noches -les dijo, besándoles sus frías mejillas hundidas.
La abuela la cargó desde la puerta hasta su alcoba, donde la arrojó bajo las sábanas de su cama. Lo hizo bastante fuerte, como de costumbre, pero Rose no se quejó. Ya se libraría cuando la abuela finalmente se arrastrara debajo de ella para tomar su propio descanso.

--rose--

Oliver fue un visitante frecuente en la casa durante las siguientes semanas. Los días en que no aparecía por su ventana Rose se dedicaba a remendar viejos vestidos, jugar con su abuela (sobretodo si estaba nublado) y leer la inmensa biblioteca que antes perteneciera al abuelo. Se entretenía, tal como se había entretenido toda su vida, pero ahora llegaba un momento muerto en que no se sentía parte de la escena, en que inevitablemente su mirada quería ir por otro lado. Al principio no era más que un segundo, una breve chispa de curiosidad que no le quitaba entusiasmo ni diversión. Luego fue haciéndose más y más evidente la diferencia entre la presencia y ausencia, al punto que la ausencia deslucía demasiado el entorno y por primera vez suspiraba sin alcanzar a determinar el motivo.
No fue hasta tres años más tarde que Oliver se dio cuenta. Se habían adentrado en el bosque en busca de unas bayas que el niño decía haber visto por ahí. Las encontraron, pero no sin que antes Rose cayera en cuenta de que estaba más lejos de su casa de lo que nunca había estado. Y de que su cuerpo justo ahora le pedía estar ahí. Específicamente en el cuarto de baño. No tuvo más opción que ir tras un árbol y subirse el vestido. Oliver se extrañó demasiado de que lo hiciera de pie (las niñas de la escuelas le habían explicado que lo hacían sentadas), así que tuvo que investigar, a pesar de las protestas de su amiga. El susurro “las chicas no tienen eso” hizo estallar el color rojo de su cara, más notorio por su palidez. No porque Oliver ahora lo supiera, sino porque lo veía en la actividad menos decorosa que podría imaginarse.
En la biblioteca había libros de medicina que usaba el abuelo para tratar a sus pacientes. Tenía muchas palabras confusas, largas e impronunciables, pero respecto a las ilustraciones era lo suficientemente claro. Rose sabía la diferencia entre hombres y mujeres, y sabía que, por su cuerpo, ella no debería ser ella. Ese día la abuela le explicó que debía hacer lo que le hacía feliz y si se sentía mucho más cómoda llevando el cabello largo, vestidos y sentirse una niña, tal vez era porque debió haberlo sido. Incluso Dios cometía errores de vez en cuando, y haberle dado esa cosa que Oliver no podía creer estuviera entre sus piernas era uno de ellos. Nunca tuvo que preocuparse al respecto y no entendía la incredulidad de su amigo. Entendía que debía ser una sorpresa, del mismo modo que comprendía que no debía invitarlo al piso superior de la casa, pero no veía la razón de esa cara. Le recordó a una tarde en que jugaban con un rompecabezas y una de las piezas no parecía encajar de ninguna manera donde se supone que lo haría.
-¡Creí que eras una chica!
-Lo soy.
-¡Las chicas no tienen eso!
-Yo sí.
-¿Por qué?
-No lo sé –Rose se apresuró en arreglarse-. ¿Por qué tú lo tienes?
-Porque soy un chico.
-Eso es lo que tú dices. Si quieres vestirte como uno puedes hacerlo, ¿no? ¿Entonces qué me impide a mí vestirme como yo quiera?
-Está mal. No tiene sentido que te portes así si eres un chico.
-¿Ah, no? –Rose se acercó, desafiante. Era un año menor pero también casi tan alta como su amigo. No quería intimidarlo; sencillamente, no le gustaba la conversación y deseaba terminarla de inmediato-. ¿Y por qué?
Incluso dos años más tarde, Oliver seguía sin encontrar una respuesta convincente. Para entonces ni siquiera importaba.
--rose--

A los quince años Rose cortó un mechón de su cabello negro y se lo dio a Oliver. La luz entraba por la ventana de la biblioteca, revelando el polvo que jamás se iba del todo por más que se pasara un plumero. El relicario que le entregó (que era suyo y la abuela le regaló el año pasado) relució cuando su amigo se puso a examinarlo. Tocando un botón, se abrió la tapa para revelar su contenido.
-¿Para qué es esto? –preguntó el chico.
Rose se había temido que no tuviera que explicarlo. Habría sido más complicado que Oliver ya lo supiera. Vio por la ventana los arbustos de rosas comenzando a marchitarse una vez más.
-Para la buena suerte –dijo.

--rose--

Oliver podría haber sabido el significado del mechón si su novia de entonces hubiera sido de esas que creían que necesitaba algo concreto para recordarlas. Pero no lo era y no lo supo hasta muchos años después de casado con esa misma chica, cuando finalmente tuvo valor para comentárselo a un amigo también casado. Era la primera vez que hablaba de ella en mucho tiempo; fue como si algo se desencajara en su pecho e hiciera ruido en el fondo de un pozo infinito que hasta entonces estaba mudo. Las aguas se sintieron heladas.
Entonces deseó ir a su tumba, adonde dormía desde que la descubrieran después de la nevada, a pedirle disculpas y explicaciones, a recriminarle mil cosas reales e imaginarias. No podía. Ya no vivía en el mismo pueblo. Para dejar de visitarla, incluso en sus sueños, tuvo que marcharse.
Nadie nunca lo culpó. Nadie supo jamás que había entrado en la antigua casona que la mayoría de los habitantes recién descubrían. Que había comido galletas rellanas de insectos sin encontrarle mal sabor y té amargos de rosas lleno hasta el tope de azúcar. Como niño le parecía divertido conservarlo como un secreto, un algo propio y privado, como adolescente tuvo vergüenza por lo que dirían los otros chicos y como adulto le silenciaban los remordimientos y las dudas.
Cuando la descubrieron, el vestido blanco (un viejo vestido de novia, prácticamente el único de su talla que tenía) estaba manchado de rojo bajo el estómago. Era evidente que quería dirigirse al pueblo, pero la falta de abrigo en medio de la ventisca la tumbó antes de que pudiera llegar a ninguna parte. El hecho coincidió con dos hechos importantes, aunque muy diferentes entre sí: uno fue la desaparición súbita e inexplicable de todos los jóvenes varones de la zona, eliminados como moscas de la noche a la mañana. El otro era uno que sólo para ella contó, un anuncio que le dijeron la tarde anterior. El anillo de bodas apenas era un gusano desde entonces.
Él, el único superviviente de su generación, gracias a un regalo que los demonios identificaron como de los suyos, fue quien identificó a la mujer que tuvo la desgracia de perecer en ese momento desafortunado del mes. Exigió que se la enterrara tal cual estaba, apelando al mantenimiento de su dignidad y decoro religiosos. Hubo un apresurado funeral que él presidió, abandonando la búsqueda que, ahora bien sabía, sería inútil. En la piedra sin fecha, sin apellido, sin frases grandilocuentes, sólo un nombre como epitafio.

Rose.


Mil gracias a la autora por confiar en este espacio y a todos por formar parte de OCTUBRE EN LDU. 


A esta talentosa escritora pueden seguirla en:

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https://www.facebook.com/candy.vonbitter

En su blog ODA A LA IRONÍA

http://candy002.wordpress.com/


Y también en su nuevo proyecto; una novela de ciencia ficción ambientada en Buenos Aires


http://voces-huecas.blogspot.com.ar/

4 comentarios :

Candy002 dijo...

Ay, me emociono toda viendo la preciosas imágenes que acompañan el texto. Les agradezco muchísimo la oportunidad de participar en el sitio y no duden de que estaré dándole publicidad por los cuatro costados de la red.

Saludos!

tereoteo dijo...

Muy buena historia y sobre todo muy buena la ambientación y sí, las imágenes que acompañan al texto son realmente geniales, sobre todo la niña esa tan mona :)
Besos!!

Sindel Avefénix dijo...

Me gustó mucho esta historia, y conocer a alguien nuevo para leer. Un gusto pasar por acá y ver tantas cosas interesantes.
Un beso.

Judith dijo...

Una historia interesante, me enrede en algunas partes pero esta bueno.
Besos