¡Que no tengo miedo! grita Eulalia, asfixiando con su aliento de
azufre, llegas a ver las paredes derretirse, los dos se callan. Eduardo
entiende que no puede ahora hablar con ella, deja caer el lapicero que tenia en
la mano, se levanta de su asiento, extiende el brazo para coger su abrigo, y
sin decir una sola palabra, se dirige a la puerta, la atraviesa cual estaca
atravesase al corazón. Eulalia entiende que al cerrarse aquella puerta, también
se cierra la posibilidad de volver a verlo, pero algo en ella la hace cambiar
de opinión, no encuentra las palabras adecuadas, deja que Eduardo se vaya. El
sonido de la puerta se escucha en todo el ambiente y rebota en cada objeto, en
las paredes, los sofás, las lámparas, no habiendo daño físico alguno. Solo la
sofocante y angustiosa culpa que sentía. Ella lo sabía, sabia que era su culpa.
No es por nada, pero entendió tarde que las cosas cambiarían. Es cuando piensa
en el día anterior, a esta misma hora, estaba en brazos de su amado,
contemplando la tarde que se esmeraba en no buscar su retirada. Piensa que a
esta misma hora, sus ojos anduvieron contemplando el cuerpo de él, desnudo, su
pequeña cicatriz de una operación a la vesícula, le parecía algo escasa, para
cambiar de opinión, con respecto a la perfección de su hombre. En como No
escuchaba mas nada, que los latidos hondos del corazón, que a cada instante se
acrecentaban, la llamaban a tocarlo. Piensa también, en ese preciso momento, en
lo que dijo en la ultima reunión familiar, donde anunciaron la gran noticia, las
palabras que utilizo, los comentarios de la gente, los murmullos, las
carcajadas de sus hermanos, los comentarios de Eduardo queriendo disipar la
atmósfera preocupante, entiende que todo cambiaria, prueba el miedo que se
aloja en su cuerpo y recorre su columna, se expande, la entumece, se afiebra,
sacude, escasea el aire, se esconde la vergüenza, y ella también coge fuerzas
para poder ser fuerte. Ya todo se había dicho, y necesitaban aquel tiempo a
solas, para determinar que harían al respecto.