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Tercer capítulo |
Capítulo 3: La bestia
Alicante – España
La Madre Superiora Albina Mountfaçon dormía plácidamente en la habitación más grande, lujosa y pulcra del Convento de las Cappuchinas cuando un perturbador sueño le quitó la tranquilidad.
Estaba en un lugar repleto de niebla negruzca y olor a azufre, no podía ver nada, ni siquiera su propio cuerpo. Sin embargo, su instinto nativo o como le llamaba el común de la gente que apenas sabía de ella: “su sexto sentido” fue capaz de percibir una presencia extraña en aquél mundo onírico. ¿Qué era? Sintió intriga al principio, ya que habían sido pocas las veces que algo de esa magnitud se le presentaba en un sueño. Percibió que su cuerpo se erizaba completamente con un turbulento escalofrío y que un temblor la estaba poseyendo de a poco.
— ¿Quién eres? –dijo, sin miedo alguno-
Y entre la niebla negra y espesa pudo ver un sofá de color rojo, tan brillante que el contraste con el ambiente tenue era ridículamente increíble. Acto seguido pudo divisar que sobre tal asiento, yacía una figura vestida de monja, acostada de espaldas, con la cara hacia el respaldo. En eso, aquella cosa se sentó dándose la vuelta raudamente quitándose al mismo tiempo el hábito de monja. Lo que Albina Mountfaçon vio a continuación, fue espeluznante.
— ¿Quién eres, bestia inmunda? ¡Háblame! – Volvió a exigir Albina-
Al quitarse el hábito, la cosa mostró un cuerpo femenino, muy voluptuoso, sensual y completamente desnudo, pero escatológicamente combinado con una cabeza no de mujer, sino de cabra. Sus cuernos torcidos eran espirales hacia afuera y el pelo que recubría la inmundicia era de color blanco. Dio unos pasos hacia la abadesa Albina.
— Sangre… quiero sangre –dijo con voz masculina y muy afeminada-.
Albina quiso retroceder, pero no tenía cuerpo, era como si fuese una especie de entidad estancada en aquella niebla, si es que no era parte de ella.