PUCHO QUE ME HICISTE
MAL
por Carlos Alejandro Nahas
El pucho nos llegó de chicos, de cuando poníamos chapitas
debajo de las vías del tranvía, de cuando tomábamos la leche de la botella de
vidrio, de cuando las figuritas eran de lata. Nos habrá llegado a los 12 o 13
años. En una plaza de Barracas y de madrugada. Arturo le afanó a su tío Alberto
los primeros Saratoga, fuertes como la mierda. Y en esa madrugada nos hicimos
hombres de a pucho. Luego vendrían el debut sexual en el quilombo de Doña Rita,
en el docke, las primeras novias, los primeros bailes en el centro con ambo,
zapatos blancos y medias rojas. Pero lo que se dice “debut – debut”, lo dimos
en aquélla plazoleta de la calle Jorge, entre toses y carcajadas.
A todos nos
quedó el vicio. Que se fue acrecentando con los años, las cuentas impagas y los
embarazos. Estaban los que fumaban Imparciales, que te partían el pecho, y los
soretes de a Chesterfield. A mí se me dio por los Kent, que compartía
invariablemente con Lucho. Y Tito Pajarito empezó con los “Particulares”,
negros, duros, al principio sin filtro. Después se pasó a los “Parissiennes”,
pero él era de los negros. Era como Ford o Chivo. El se embarcaba en los puchos
de macho, aunque a la noche escupiera mierda.