«No me cuento entre los malos escritores que dicen que  solo escriben para sí mismos. Lo único que los escritores escriben para  sí mismos son las listas de la compra». Umberto Eco (Alessandria, 1932)  ha decidido explicar el proceso de producción de sus novelas, el trabajo  oscuro que exige crear un personaje tan deslumbrante como Guillermo de  Baskerville o el manejo de la documentación histórica que da  verosimilitud y llena de sentido la peripecia narrada en 'Baudolino'. Lo  hace en 'Confesiones de un joven novelista' (Ed. Lumen), una  recopilación de conferencias sobre la materia impartidas en EE UU, que  llegará a las librerías españolas el próximo día 1. En sus páginas no  podía faltar la erudición de la que desbordan sus novelas ni la ironía  que aplica sin límites a su obra... y a la de los demás.
Ironía que se ve incluso en el título de su trabajo. ¿Un  joven novelista cuando está próximo a cumplir 80 años? Resulta que  publicó la primera obra de ficción, 'El nombre de la rosa', en 1980, de  manera que se siente «un novelista muy joven y ciertamente prometedor»,  que espera dar a la imprenta unos cuantos títulos más en los próximos 50  años. No extraña que tenga tan notable expectativa porque de la lectura  de este libro se desprende que el profesor italiano disfruta  enormemente escribiendo sus novelas, desde el momento mismo en que la  idea cobra cuerpo en su cabeza. 
Porque aunque sea un novelista tardío, no se puede decir  que pase lo mismo con su vocación. Eco lo intentó desde la infancia: en  numerosas ocasiones, se inventó un título, dibujó las ilustraciones para  el relato y después se puso a escribir, aunque pocas veces superó el  primer capítulo porque como lo hacía con letras mayúsculas se cansaba  mucho. A los 16 años se pasó a la poesía. No queda testimonio de sus  poemas. Quizá porque quiso cumplir la máxima de uno de sus personajes  cuando afirma que hay dos clases de poetas: los buenos, que destruyen  todo cuanto han escrito al llegar a los 18, y los malos, que siguen  escribiendo toda su vida.
Dibujos, recorridos, datos  
Hace algo más de 30 años, una amiga de Eco le comentó que  una editorial quería publicar relatos breves de misterio escritos por  autores muy alejados del género. De forma provocadora, él le contestó  que no se pondría a ello por menos de 500 páginas. Y esa misma noche  empezó a trabajar en 'El nombre de la rosa', que terminó en dos años,  porque la acción transcurre en una época que Eco conoce muy bien desde  que hizo su tesis doctoral. 
El resto de sus novelas le ha llevado más tiempo, en  parte por el rigor con que las prepara: hace planos de los lugares donde  transcurre la acción, dibuja las escenas más importantes, recorre las  calles de los escenarios a la misma hora que lo harán sus personajes  para tener en su cabeza todos los detalles. Ha viajado hasta Estambul  para preparar 'Baudolino' y a las islas Fidji para ver «los colores del  agua y del cielo a diferentes horas del día y los matices de los peces y  los corales» ( 'La isla del día de antes'). Y estudia dibujos de barcos  antiguos y documentos de la época para disponer de toda la información  precisa y así moverse a gusto en la trama, aunque luego apenas se  observe en sus textos. 
Con todo, se las ha tenido que ver con lectores atentos  que le recriminan, por ejemplo, que el protagonista de 'El péndulo de  Foucault', que una noche recorre las calles de París, no viera un  incendio que en esa fecha tuvo lugar efectivamente en la zona. O con  otros que aseguran haber identificado el bar en el que el protagonista  de su novela toma una copa, cuando ese establecimiento es invención del  autor. 
Invención de un lenguaje 
¿Y cómo prepara los textos? La dificultad, explica, está  en dar con el lenguaje que corresponde a la época y el personaje. No  hablan igual los frailes de 'El nombre de la rosa' que los campesinos de  'Baudolino'. Eso le ha llevado incluso a inventarse un lenguaje, «una  hipotética lengua franca del valle del Po en el siglo XII» para que la  hable el protagonista de esta última. Hay también mensajes dirigidos a  sus lectores más cultos, pero que no merman el placer de la lectura a  quienes no los capten. 
Por ejemplo, dice en el arranque de su primera novela:  «Naturalmente, un manuscrito». Se refiere al manuscrito que narra lo  sucedido en el convento, pero también a 'Los novios', la gran novela de  Manzoni, que se abre aludiendo a un texto de ese tipo que da testimonio  de lo sucedido. Miles de novelistas han utilizado desde entonces ese  truco y Eco hace un guiño a ese tópico literario. Hay más: no pocas de  sus criaturas tienen nombres que remiten a personajes de la literatura  clásica. El autor juega con algunos lectores a darles referencias para  ver si captan el mensaje. 
Todo eso lleva mucho tiempo. 'El péndulo de Foucault' lo  mantuvo ocupado ocho años; 'Baudolino', seis, y son solo dos ejemplos.  Mucho trabajo en tareas muy diversas que Eco ha ido desgranando en sus  conferencias. Aunque ha dejado algunas por desvelar. «Para escribir una novela exitosa, es necesario mantener en secreto  ciertas recetas», ha dicho. Sus ventas millonarias avalan esta opinión.Fuente: La voz digital.es
 
 
No hay comentarios :
Publicar un comentario