lunes, 15 de agosto de 2011


Relato: "Comodines Negros" por Luis Bernardo Rodríguez

Comodines negros
Comodines negros

Por. Luis Bernardo Rodríguez

En el canal setenta y dos del cable no se ve nada interesante, solo la aburrida señal que promociona los otros canales, sus horarios y el silencio. Ni siquiera son capaces de amenizar la inocua transmisión con algo de música.
Obviamente, es una opción descartable para la madrugada de un fin de semana, pero de todas formas, ese sábado el canal setenta y dos nos acompañaba con su tenue luminosidad en el comedor.
Estaba junto a mi novia y mi dos mejores amigos. Supongo, que lo dejamos encendido para no distraernos de nuestro juego de barajas, que habíamos empezado luego de declinar la posibilidad de salir a bailar. La causa era el cansancio acumulado, debido a las jornadas laborales y los cursos extenuantes de nuestras carreras.

Barajo el mazo de naipes y empiezo a repartir. Varios cortes después, mis amigos y mi prometida, me aventajan al punto de quedar fuera de la partida. Con desdén miro la pantalla, trato de apartar la vista de las siete cartas que el azar había depositado en mis manos, quizás, para lograr claridad en la ejecución de las jugadas. Las apuestas no eran unas cifras atractivas, apenas unas monedas conformaban el pozo. Siempre estaba en juego querer superarse los unos a los otros, en estas instancias, que cada tanto se presentaban.
Me sorprendió, casi al borde del susto, que en la pantalla en vez del logo clásico del cable y los anuncios, se configurara la imagen distorsionada de un rostro. Sentí que se me nublaba la vista,  me esforcé en fijar más la atención, y pude verificar no solo la imagen, sino que además; me ofrecía una desdibujada sonrisa, algo macabro que me hizo salir del letargo en el que hacía un rato me hallaba. Luego, en los labios de esa cara se atraviesa un dedo como pidiendo confidencialidad. En ese instante, mis acompañantes que estaban de espalas al televisor giran para observar que era lo que llamaba mi atención. Mi pareja me pregunta si me encuentro bien, y solo contesto: -¿Vieron eso?
Sus miradas se cruzaron para interrogarme, qué era lo que se habían perdido. Entendí que, inclusive, mirando directamente no podían percibir la imagen que seguía instalada en la pantalla. Decidí callar, irracionalmente accedí al pedido que la extraña aparición me ofrecía, y continuar con la partida. Cuando creí que la alucinación era además de persistente y solo óptica, el estupor con que recibí la voz del visitante, casi me deja al borde del desmayo. Un sonido gutural y metálico proveniente de unas fauces inverosímiles, me comunicaba que la fortuna había tocado mi puerta, y en esta noche él iba a ofrecerme los dos comodines del mazo para ganar el juego.
La pantalla quedó totalmente oscura y una línea blanca le atravesó. Luego se dividió en cuatro cuadros, como las cámaras de seguridad de un casino, donde veía con claridad las barajas de mis contrincantes y las mías. Quedé absorto ante la prueba de que el par de juegos a medio armar que tenía entre manos, eran efectivamente, las que aparecían en la pantalla. Incluso los movimientos que realicé para hacer más real esa transmisión de imágenes. Me dejé llevar por la sobrenatural situación. No quería conjeturar absolutamente nada; si el cansancio, algún alimento que ingerí, mi estado emocional se había desbordado o si iba a despertar en cualquier momento eran los causantes de tamaño absurdo. Aunque intuía algo perverso y fatal.
Antes de recomponerme o fluir ante la misteriosa presencia televisiva, mis amigos sintieron mi sobresaltado ánimo y me propusieron dejar el juego. Añadiendo, que me veía fatal de rostro. Acto seguido, negué con la cabeza y aproveché las siguientes cartas que se había desechado para formar los juegos y cortar. Luego agregué: -Vieron que no estoy tan mal-. Celebraron la ocurrencia, de a poco, ya lideraba la tabla por puntos. 

Seguimos la partida y la imagen volvió, para advertirme que pronto llegaría el comodín que me haría triunfar. Seguían danzando los naipes de mano en mano, entre las miradas furtivas de los jugadores, pero me sentí fuera de ese código secreto. Excluido de esa especie de cofradía que se formaba entre mis amigos y mi pareja, parecía que algo se decían, y solo ellos tres lo captaban. Cuando llega mi turno de tomar carta, levanto del mazo una y la miro casi horrorizado. La tiro con una violencia que los asusto y los increpo:-¿Qué mierda es esto?-
Ellos observan estupefactos mi reacción. Con tono dubitativo ella contesta: - Es un seis de oro... Ricardo.
La carta era una fotografía, otra muestra sádica del ser que me venía advirtiendo lo que deseaba mostrarme. En ella aparecía mi mujer liviana de ropas tirada en una cama. Las sucesivas cartas que descartaban en la mesa ampliaban la secuencia. La protagonizaban ella con mis dos mejores amigos. Fotografías en la que ellos la acariciaban, besaban, y lucía el rostro complacido y lujurioso de una mujer, que cedía a la pasión del retorcido placer de la infidelidad. La sangre me hervía y sonaba las pulsaciones de la rabia, cuando ejerce presión en las sienes. Internamente me obligaba a defenderme de este ataque. Invoqué la posibilidad de que era un truco para hacerme perder todo rastro racionalidad.
La voz parecía irascible y gritó: - No es ningún truco, mira si no crees en mí- 
Volvió a desaparecer y se proyectaron las mismas fotografías pero en movimiento, un video casero de ese encuentro.
Aprovecharon, sin dudas, mi ausencia por los turnos en el hospital, que cada vez eran más largos a medida que finalizaba el semestre de mi postgrado.
Acababa de rebelarse esos momentos de la grabación; la risa de ella, los gemidos, los cuerpos confundiéndose, cambiándose de posición para turnarse el placer que ella les ofrecía. Sentía la presencia en toda la casa, la respiraba y exhalaba. Un gusto a hiel me generaba asco, y la voz retoma la palabra que estallaba en mi mente.
- Todo se encuentra en móvil de tu amigo, decídete pronto, creo que es hora de realizar el corte final-.

Me incorporé de la silla para servirles algo de beber. Antes, busqué en mi maletín lo que incorporaría en los tragos, bebimos y me mantuve callado hasta que surtió efecto la droga en sus cuerpos. Somnolientos y manipulables, decidí aplicarles otra dosis pero por vía intravenosa. Rompí las ampollas que afortunadamente portaba en el neceser que había robado de la farmacia. Realicé mi sanguinolento trabajo, sin poder creer lo certero de mi pulso, luego de la miscelánea de emociones por la que transité.
Me retiré de mi casa con el tenue sol que secaba la lluvia de la calle, ni me había percatado de la tormenta que se desató durante las últimas horas. Había tomado algo de dinero y pensaba dirigirme a un hotel. Me llevé el móvil donde estaba la grabación.
Espero en el sucio cuarto la llegada de mis captores. Sé que me aguarda un giro inesperado en este juego. Suena el teléfono, mientras me acompaña la televisión encendida que sintonicé apenas llegué al hotel, la llamada entrante es anónima. Estoy ansioso por las nuevas órdenes y por tomar otra carta del mazo.

Agradezco todos sus comentarios solo me queda invitarlos a seguir esta historia.
Visita la continuación de Comodines negros:

 http://letradigitaluruguay.blogspot.com/2012/07/comodines-negros-2-por-luis-rodriguez.html

4 comentarios :

Anónimo dijo...

Interesante potencial.

Anónimo dijo...

Me atrapó, no es poco decirlo!

Luis dijo...

Muchas gracias por leerlo y comentar, te agradezco la visita y estamos en contacto Un abrazo

Judith dijo...

pff!! tremendo giro da la historia, no me lo imaginaba, muy bueno!!
besos