QUE TE MUERAS |
Maldecir y lanzar
injurias es, hasta cierto punto, algo irreflexivo pero natural en
todos. Nadie mide las consecuencias ni los daños de las palabras,
porque nadie entiende el grado de impacto que puede causar en el
otro. Ahora lo entiendo (tengo miedo de mis palabras), me atemoriza
hablar sin pensar lo que estoy diciendo.
Siempre sentí
cierta inclinación por hacer chistes de mal gusto. El origen,
quizás, haya sido una sonrisa la primera vez que cometí un exceso
verbal de este tipo. Aquella inicial aceptación, tal vez, caló
hondo en mi ánimo para forjarme un futuro como un sarcástico por
naturaleza. Probablemente, lo hice inconscientemente, para defenderme
de cualquier ataque que pudieran realizarme.
Algo que me
caracteriza (aquellos que me conocen), es que la muerte la llevo en
mi boca. Entre disparate y ordinariez que emito (aclaro que si la
circunstancia es propicia, porque no suelo intercalar malas palabras
constantemente, es decir; a cada frase que voy diciendo), se cuela
algún: “porque no se muere”, “ojalá lo parta un rayo”,
“avisame cuando le hagan el funeral a este imbécil” y otros
oscuros deseos desafortunados
Nunca me había
percatado la dimensión de lo que decía hasta que aquellos, con los
que mantenía la conversación, cambiaban el semblante y se
disgustaban por lo dicho o simplemente me exponían que era demasiado
perversa la sentencia que estaba lanzando. Cuando llegaba a este
punto (donde mis amistades me frenaban o imponían el límite), a
veces, hacían una observación del estilo; “ya estás exagerando,
no es para tanto”. Justamente, en ese instante, replanteo las
últimas palabras y no puedo salir de mi asombro, ya que nunca
pensaba que me estuvieran escuchando. Algo así como; en este momento
hablo internamente, pero algo falla y sin pensarlo, escuchan
semejante barbaridad.
No me considero una
persona irascible pero estallo (en ocasiones) como todo mortal.
En mi trabajo me
mantengo bastante relajado y nunca he discutido con mis clientes (que
tienen una contemplación positiva con respecto a mi funciones). Me
baso en la premisa que ellos no tienen culpa; de mis problemas, mis
quejas con respecto al funcionamiento interno de la empresa, si no
valoran mi años de experiencia, si no me han aumentado el sueldo
como correspondería o no escuchan mis reclamos. Siempre me manejé
con esa idea de no tomar a los clientes como rehenes de mi
frustraciones laborales y no hacerlos objetos de descargo (como la
puerta que golpeamos, hasta casi desamurar de la pared, porque el
encono nos gobierna con mano dura en esos instantes).
Lo cierto, es que
distinta actitud tomo cuando estoy libre (entiéndase libre como; en
la calle).
Luego de marcar la
salida de la jornada; mi cara cambia, mis nervios están alterados y
casi con los ojos inyectados en sangre salgo raudo para subir al
primer autobús que pase (es que siento una imperiosa necesidad de
llegar a mi casa rápidamente, como si mi vida dependiera de arribar
lo antes posible). El mínimo roce o lisa y llanamente un empujón
de un pasajero (que distraídamente olvidó que debía descender)
causó un efecto de bronca que irá en aumento, pero que intento
reprimir. Indudablemente, mi facciones demuestran mi alteración,
porque siempre me piden disculpas. Aunque los más desconsiderados
son reacios a excusarse, consecuentes a su condición.
Un día llegando a
mi hogar, revisé la caja de cigarrillos. Me quedaban unos pocos ,
por suerte la estación de servicio siempre se encontraba de turno.
Un hombre moreno, de unos cuarenta años, me atendió. Fui con cierto
temor, porque solo llevaba un billete y era un monto importante para
el cambio que exigía mi compra. De todas formas, pensé que él iba
a despacharme sin problemas. Le pedí la marca de cigarrillos que
acostumbro a fumar, me los entrega y le di el dinero. El hombre me
miró con fastidio y me dijo: - no tenés más chico. Le expliqué,
que no tenía más que el billete que le había entregado. Cambió su
tono de voz, a uno más desagradable y despectivo, me estiró la mano
con un ademán reclamando la devolución de la cajilla. Intenté
negociar pidiéndole otra caja pero recibí una rotunda negativa.
Aumentó la apuesta para hacerme sentir un verdadera molestia.
Le entregué la
caja de cigarros (en la mano) y naturalmente me salió de la boca: -
metete los cigarros en el culo, negro de mierda-. Sé que dije algo
más, pero no sabía con exactitud que fue.
Luego, me coloqué
los auriculares para continuar escuchando música. Supuse, que era
muy probable que estaría insultándome mientras cruzaba la calle.
Solo pensaba en que iba a quedarme sin fumar, frente a la
computadora, las pocas horas que tenía para distraerme.
Fumo desde los
quince años y la abstinencia al tabaco (aunque sea poco tiempo) me
provocaba un mal humor que se generaría, durante la mañana, al
despertar.
No pude dormir
tranquilo, entre sueños disparatados pasé la noche. Los residuos
que nos queda del diario vivir, generalmente, vuelven transformados y
deformes en las horas que nosotros creemos descansar o apagar el
cerebro. No podía faltar la reciente discusión con el pistero del
la estación de servicio. Lo curioso; es que me fue revelado esas
palabras que no recordaba en aquel instante de furia. Le decía; que
esperaba que le robaran y que uno de esos drogadictos le volase la
cabeza de un tiro. Internamente, pensaba en lo terrible de mis
palabras pero, más me preocupaba que hayan sido escuchadas, aunque
dudaba del carácter fidedigno del sueño.
Me desperté
temprano. Luego de vestirme y arreglarme un poco, salí a comprar los
benditos cigarros vedados la noche pasada. La mujer que atendía el
pequeño local, charlaba animosamente con una vecina y hablaban en
tono trágico. Se lamentaban y permanecían incrédulas ante la
violencia que se había instalado en el barrio. Según lo poco que
pude escuchar (ya que me despachó rápidamente para retomar las
inquisiciones), fue que durante la madrugada asaltaron la estación
de servicio y que además del dinero que se llevaron resultó
asesinado (a quemarropa y sin piedad) el empleado del
establecimiento.
Ese día descansaba
y pude cotejar el rumor del barrio con el noticiero (cubrieron el
hecho de sangre) en sus habituales crónicas policiales. Destaco que
el contenido informativo no fue mucho más completo que las palabras
de las vecinas, que dicho sea de paso, tuvieron la primicia.
No sentí
remordimiento, ni culpa, pero una curiosidad que nunca había
experimentado se instaló.
Pasaron los días y
mis sospechas acerca de la identidad del caído en el robo se
resolvieron. Era exactamente el mismo que había insultado, en
aquella víspera a su trágico final.
Durante la semana
que siguió nada parecía alterarme, viví una especie de paz. Estaba
exultante de alegría, siendo más generoso en mis sonrisas y halagos
que repartía sin discriminar. Para colmar mi buen ánimo, las
murmuraciones acerca del ascenso al cargo de encargado (en mi
sección) apuntaban a mi persona. Estas sospechas se confirmaron
cuando mi superior me llamó para una entrevista, en la que me
planteó la confianza que depositaba en mi, para ocupar el puesto que
me prometían.
Como visible
postulante algunos de mi entorno me felicitaron, otros no.
Pasados unos días
tuve, nuevamente, otra entrevista para recibir la resolución de la
propuesta.
El semblante de mi
jefe prevenía que mis ilusiones estaban fraguadas. Lamentablemente,
me indicó que se disculpaba por haberme generado falsas expectativas
y que, en lo posible, me comprometiera más y dejara de lado
cualquier sentimiento (aunque sea noble y contemplativo) que pudiera
perjudicar el funcionamiento de la empresa. Perplejo, le pregunté a
que se debía esa recomendación y recibí como respuesta la mención
de un hecho (que solamente había comentado a una persona) y que
obviamente había afectado en la evaluación para ser descartado.
En una ocasión,
encontré a un cadete llevándose algo de mercadería (de poco valor)
y decidí no ejecutarlo frente a ningún encargado. Conocía muy poco
la vida personal del muchacho pero tenía conocimiento que estaba
atravesando, junto a su madre, una situación económica bastante
complicada. El único favor que realice fue callar, hice como si nada
hubiera pasado. En aquel momento, un compañero con el que solía
llevarme muy bien, me pareció digno de confianza para relatar lo que
había visto.
Cualquier persona
puede llegar a ser un potencial enemigo. Incluidos aquellos que al
día de hoy parecen ser todo lo contrario. Por lo tanto, la
información que uno recaba de cualquiera (más adelante en el
tiempo) puede servir para usarlo en su contra.
Esta persona
resolvió que era el momento de desempolvar aquella omisión y si su
objetivo era cortarme el camino (en mis posibilidades de mejora
laboral), indudablemente lo logró.
Indignado y como es
mi costumbre de enfrentarme directamente (sin pensar en las
consecuencias), fui al encuentro del otrora confidente. Un rosario de
insulto, haciendo gala de mi peor léxico, le recité en la cara.
Podría transcribir cada palabra de mi enfático mensaje, pero
traidor es la primera palabra que destaco, las demás serían
censuradas si la pelea hubiera sido televisada. Alterado y con la
cara enrojecida, mis compañeros intentaron calmarme y me rogaron que
me detenga porque me hubiera podido dar algo. Nuevamente; como
sucedió con el pistero de la estación, dije algo que otros
escucharon pero que en mi memoria no quedó registrado.
La imagen de mi
rostro reflejado en el espejo del local fue lo que me calmó. Había
en mi mirada un brillo particular. No soy bueno para realizar
descripciones; pero podría decir que todo el odio que sentía en ese
momento me salía de los ojos. Sentía que aquel que osara mantener
enfrentada su mirada con la mía, podía salir lastimado sin
necesidad de usar la fuerza.
Esa noche se
repitió el sueño intranquilo y verifiqué la sentencia que había
promulgando en la discusión. Ciertamente, me imaginaba que algo así
de sádico, podía salir de mi boca pero nunca que se cumpliera.
Un día la persona
que me traicionó, se siente descompuesto y se retira del trabajo.
Vuelve en un par de días y comenta que se encuentra relativamente
bien. De todas formas, debe someterse a algunos análisis por
recomendación de su médico.
Es lógico
imaginarse, que me llegará por intermedio de otros esta situación.
Estábamos incomunicados, incluso sin saludarnos (era de mutuo
acuerdo pero implícito), como resultado del altercado.
Finalmente, se
cumple aquellas palabras olvidadizas. Por accidente, escucho a dos
empleadas charlando, comentando que el motivo por el cual viene
ausentándose (el que me había delatado) era porque comenzaba su
tratamiento de quimioterapia. No hace falta agregar que el resultado
del tratamiento no sirvió de nada.
Tenía muchas cosas
que pensar, quería llegar a mi casa y reflexionar que estaba
pasando. No sentía remordimiento alguno.
Recordé una vez
que dije; cuando hacía chistes sobre desearle la muerte a alguien,
que me parecía algo propiamente humano (demasiado humano) y aludía
que no existía peor cosa para augurarle a otro la muerte. Siempre
exponía cosa por el estilo, para descomprimir las situaciones,
cuando se me iban un poco de las manos o hería la sensibilidad de
alguien con mis palabras. De todas formas, agregaba que nunca tomaran
en serio lo que solía decir, ya que a veces ni pensaba lo que de mi
boca expulsaba.
Aunque debía
reconocer que las últimas trágicas coincidencias me tenían
desconcertado y sin rumbo en mis reflexiones.
¿Acaso provoqué
todo esto?, ¿quién escucha mis insultos y los toma como plegarias
para cumplir?.
En determinado
momento, en ese movimiento de ideas pasó por mi cuerpo una sensación
agradable. Como un estado elevado, de superación. ¿Podía parecerse
esto al poder?. No como una habilidad única, sino otra cosa (que se
comprende pero que no se puede explicar exactamente), algo
intransmisible. El resultado de semejante intuición fue de
vergüenza, me sentía un reverendo imbécil y me eché a reír. Por
suerte, no había nadie mirándome y que lograra aumentar mi
ridículo.
Necesitaba
relajarme y para hacer algo así; decidí tomar unos tragos en un
local (donde la música suena sin aturdir) cerca de mi trabajo. Era
de imaginar que apenas con unos sorbos de la bebida, quedé beodo
con celeridad (no tengo costumbre de tomar alcohol). No quise seguir
bebiendo y me retiré a la media hora del lugar.
Mientras caminaba
de regreso, se cruzó una chica muy hermosa pero con un caminar
brusco, rabioso y sin compás. Viéndola venir, cualquiera la creía
capaz de atropellar a un anciana si se le interponía. No me gusta
hacerme el galán, ni practicar el noble ejercicio de lanzar elogios
a mujeres extrañas en plena calle, pero envalentonado como me
encontraba me arriesgué. Con una sonrisa le dije; -porque tanto
apuro, dulzura. Reconozco lo devaluado de mi frase en originalidad,
pero como no era mi forma de proceder, hice lo que pude.
Con una soltura
increíble, me hace una devolución que ni un barra brava de un
equipo de fútbol se atrevería a escupir en plena vía pública
(justo cuando pasaba una mujer con su hijo pequeño de la mano, que
atinó a taparle los oídos al menor). Seguramente, en su reacción
venía arrastrando alguna frustración, desplante o desilusión. Lo
que casi me deja en llanto desesperado y de temor, fue la última
frase que me dedicó antes de seguir su trayecto; - pajero de mierda,
ojalá que te mueras-.
Nada me asombra,
escuché y dije cosas sin pensar. Insultos y bajezas salen de cientos
de bocas en la calle, a toda hora y sin necesidad. Salen agresiones
gratuitas en diversos medios que nos inspiran. No hay límites para
el asombro en ningún ámbito, es acostumbrase y adoctrinarse a este
ambiente cada vez más violento.
Aunque los ojos de
esa muchacha, al momento de insultarme, fue lo que provocó el miedo
que ahora experimento. Su mirada me recordó a mi propio reflejo en
aquel espejo. Esa mirada destilaba odio y el verdadero deseo de verme
muerto. Siento que estoy marcado por algo y no sé que esperar.
Creo que todos deberíamos medir nuestras palabras, pero quizás sea
demasiado tarde para todo.
Muchas gracias por visitar Letra Digital Uruguay y los comentarios que dejan. Un saludo y los invito a participar.
11 comentarios :
en varias instancias, me asombra
saludos
Gracias Omar por siempre pasar por este espacio. Me gustaría saber en qué momentos surge el asombro y si es desagradable o te invita a reflexionar.
El estado de violencia que se suele ver en nuestras sociedades casi ni sorprende. La gente destila agresión, odio, resentimiento...y no sería extraño que esas energías negativas cobraran fuerza y se transformaran en un arma mortal que cargara contra todos, incluso, contra nosotros mismos.Si fuéramos más inteligentes y valoráramos nuestra propia sobrevivencia, apostaríamos con igual énfasis a toda la carga positiva que pudiéramos generar, de esa manera, la vida sin dudas sería mucho más agradable y llevadera.
Un abrazo.
Neogeminis muy acertado tu reflexión que te agradezco que hayas expuesto al final del relato, como un epílogo que completa el relato. Gracias a todos por tomarse el tiempo de leer y dejar sus impresiones
No sabes cómo me identifiqué, no soy grosera, pero si tengo un sentido del humor sombrío... Mira que empezó el relato y el asombro fue en aumento, hasta ese final tan perfecto. Buen cuento, bien realizado, bien culminado,felicidades, un gran beso.
Gracias May por tu comentario y al igual que tú, no soy grosero pero siento cierta fascinación cuando escucho alguna palabra ordinaria, no puedo evitar la risa y es como un dialecto aparte. De todas formas, está empleado en relato con otra intención.
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Saludos Cordiales; Dr. Oxel H. Portilla: Presidente.
La violencia verbal y física al parecer se esta poniendo de moda y al parecer va a ser una moda muy larga, es increíble a lo que hemos llegado.
Muy bueno y realista!
Besos
Que real y acorde a los tiempos que vivimos. Creo que los deseos van acompañados de la energía con que se los emite y lamentablemente las malas vibraciones son como un veneno que puede matar. El universo solo espera a que hablemos...
Un placer leerte!!
Sigo por aqui...
Gracias por los comentario y su apoyo Judith y Patricia O. Estamos en contacto para crear alguna actividad en conjunto con nuestros blogs.
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