martes, 13 de diciembre de 2011


"A cualquier hora" por Luis Bernardo Rodríguez

A cualquier hora



2:02 am

 La noche hace muchas invitaciones como; liberarnos, asumirnos, encontrarnos. 
 En su oscuridad también pueden surgir engaños y tragedias, tan crueles como inesperadas.
 La noche se tiñe de rojo en un barrio de esta ciudad. Luce fresca la sangre que brota, lentamente, formando un pequeño charco en el suelo, donde yace el cuerpo del joven que va apagándose. Los diminutos ríos provenientes de la cabeza del muchacho, se bifurcan y aumentan el caudal que luce atroz ante los ojos sorprendidos de los que presencian la escena .

1:19 am

 Alvaro Ruíz como de costumbre apaga el televisor, luego de ver la última entrega informativa. Al igual que Alvaro Ruíz, las imágenes se volvieron rutinarias en los noticieros. Son las consecuencias de la inseguridad que (cómodamente instalada) rodea a la comunidad. Al borde de la teatralidad las crónicas policiales hacen alarde y repasan: los atracos, los asesinatos, secuestros express, los copamientos y otros actos delictivos que acompañan los minutos previos al merecido descanso reparador de todos los televidentes.
 Es curioso pensar; cómo hace la población para recurrir al sueño de forma plácida. Sometiéndose antes al torrente abrazador de tantas imágenes violentas, que exponen el mismo mensaje o infunden temor, es decir; ¿cómo dormir después de esto?
 Cuando se vive en carne propia una situación semejante, nuestra perspectiva cambia. Deja de ser algo que pasa muy lejos y se instala en una realidad que quiebra nuestra confianza. Ronda por nuestros hogares la auténtica sensación de ser frágiles y adoptar el papel de víctimas.
 Se recurren a las alarmas, a las empresas de vigilancia. Se toman medidas para no exponerse gratuitamente por las calles a tan altas horas de la noche, también se opta por la defensa antes de que llegue el ataque. Las licencias para portar armas tiene su engorroso trámite, pero luego, de reflexionar un momento o revivir el episodio traumatizante de estar en peligro, resulta una aceptable burocracia que se puede soportar.


22:05 pm
una semana antes


 Sus decisiones habían sido consecuentes a su idea original desde muy joven. Nunca quiso someterse a ordenes ajenas, sentía una imperiosa necesidad de ser independiente en su futuro laboral. Dejó sus estudios en un nivel medio y se lanzó de lleno a ganarse la vida como vendedor. Sabía hablar con elocuencia, sin aturdir y no sentía vergüenza de acercarse a desconocidos y ofrecerles sus productos.   Siempre vestido de forma aceptable, lograba sus buenas comisiones a base de esfuerzo, una personalidad fuerte y caminar mucho.   Recorriendo las calles, las ferias y yendo casa por casa.
 Esas ajetreadas jornadas las pagaría con el reuma que afectaba a su rodilla de vez en cuando. Como ahora, cuando subía al auto y sentía ese dolor. Lo más cercano a algo retorciéndole dentro, y limándose el hueso.
 Afortunadamente, aquellas excursiones como vendedor ambulante ya habían quedado muy atrás en el tiempo y solo venían a cuento; para adoctrinar a sus hijos en los beneficios que ofrece el sacrificio del trabajo. Algo que, sin duda, los hijos de Alvaro Ruíz no necesitaban entender, pues nada les era negado. La única exigencia era que siguieran estudiando.
 Es posible conjeturar, que aquellas decisiones de Alvaro Ruíz eran posible de lograr solo viviendo en esos años. Lo que alcanzó a nivel económico posteriormente y su prosperidad actual fueron una sucesión de hechos afortunados y opciones inteligente, que tomó para alcanzar esta abundancia.
 Fue socio de cinco supermercados en la capital, que vendió a una cadena internacional por una cifra por demás beneficiosa. Se re ubicó en el área comercial, optando por comprar terrenos y viviendas para formar una empresa inmobiliaria, a partir de sus inversiones y de sus contactos. Con el tiempo la firma creció, de forma tan notoria, que decidió delegar un poco las responsabilidades a su hijo mayor ( fruto de su primer matrimonio). Afortunadamente le había hecho caso en cuanto a la exigencias de los estudios y apenas con el título en mano se entregó por completo a la empresa familiar.
Como en todo núcleo de personas, se presenta (en ocasiones) alguna oveja negra que reniega y causa disturbios en el perfecto proyecto familiar. El menor de los dos hermanos (era hijo de la actual pareja de Alvaro Ruíz) era el más impermeable a las enseñanzas paternas de adoración al trabajo y al ejemplar esfuerzo del mayor (una diferencia de doce años los separa) de sus hermanos en los estudios. Además, en la casa vivían la joven madre llamada Sara y un sobrino de ocho años que quedó a cargo de la mujer, luego se fallecer su hermana.
 Es una obviedad hablar de la sobre protección que la mujer y de la ausencia de carencias en lo que respecta a lo económico. Lo que no es clave ni fundamento para explicar la inestable personalidad de Andrés, ni los varios conflictos se había desatado. El más vergonzoso fue el aborto que tuvo que pagar Alvaro Ruíz a una joven del colegio donde su hijo asistía . Luego de resolver el tema con la familia de la muchacha, tuvo que retirar a su hijo del colegio y matricularlo en otro. Incluyendo la pérdida del año lectivo, que de todas forma, no afectaría a su escolaridad ( dejaba mucho que desear).
Internamente pensaba y llego a cuestionarse por qué no bautizó al menor con su nombre como lo había hecho con el mayor (que daba gracias al cielo su sentido de responsabilidad y aplicación). Tal vez, analizaba que algo de su esencia podía transmitirle bajo esa designación, que su mujer había desestimado por la reiteración.
 Cada vez, volver al hogar era más frustrante (como en este día) y cualquier excusa servía para retrasar su llegada.

 Un paro general de transporte había paralizado al país en plena actividad. La población que salieron tranquilamente a sus puestos de trabajo, se encontraron en la disyuntiva de cómo retornar a sus hogares.
 Son pocos los empleadores que piensan en estas ingratas circunstancias, pero el número se reduce más, en aquellos que hacen algo por sus empleados. Algunos intentan crear rutas para transportar hacia los distintos hogares y en distantes puntos de la ciudad. Recurren a remises, taxis, camionetas o algún ómnibus que logran contratar a último momento. Otros con sus propios vehículos o los pertenecientes a la empresa, logran llevar a destino a su personal.
Este caso es el de Alvaro Ruíz, que asciende a su coche quejándose, pero no por el fastidio de realizar el aventón, sino por su clásica rodilla afectada.
 La joven vendedora que lo acompaña le dice: - Señor, no tiene porque llevarme hasta la puerta de mi casa, me deja lo más cerca que pueda y luego camino.
 Alvaro le contesta negando con la cabeza; que a él no le molesta para nada el viaje, solo que su rodilla le está pasando factura por sus años de juventud. Durante el trayecto, las anécdotas de sus caminatas como vendedor volvieron a relatarse. Aunque su acompañante las conocía de memoria, las escuchaba complaciente.
Cuando llegaron a un semáforo, la luz roja los detuvo y fueron abordados por grupo de muchachos de una edad cercana a los dieciocho años. Con una botella y un limpia vidrios le ofrecieron (mediante señas) realizar el pequeño trabajo. Alvaro Ruíz negó con la cabeza, acto seguido uno de los jóvenes le alzo el índice reclamando una moneda. El conductor vuelve a negarse, no quería bajar la ventanilla. Se escucha una especie de insulto camuflado por los vidrios del coche y los jóvenes deciden asumir una postura hostil. Se colocan frente al auto y comienzan a golpear las chapas.
El nerviosismo de ambos ocupantes llega al grado de la histeria cuando el chico (que parecía el líder del grupo) llevó su mano para levantar la camiseta y a la altura de la cintura, mostró el arma que portaba. Si no fuera por el movimiento de acelerar el auto para escapar del lugar, hubiera impactado sobre Alvaro Ruíz alguna bala, porque lo tenía como objetivo directo de su furia.

 No valía la pena retrasar la llegada de su empleada en la comisaría para radicar la denuncia. Intuía inútil todo accionar para buscar a esos salvajes, se mimetizarían entre el muladar donde vivían y la captura sería totalmente infructuosa.
 Volvió a su hogar muy alterado. Se negó a responder las preguntas de su mujer. Se preparó un whisky y prefirió (esa noche) apagar el inmenso televisor, opto por el silencio.



1:30 am

 El relato de la vieja (que vivía a la vuelta de su casa) le produjo una interrupción del sueño. Ella le describió como unos hombres la mantuvieron cautiva en su propia casa por casi dos horas.
 Ambos se comunicaron por el portero eléctrico de la vivienda; presentándose como colegas de su hijo y le solicitaban el favor de la entrega de un sobre con dinero. Le pidieron disculpas por las molestias pero estaban rumbo al aeropuerto y tenían prisa en devolverle el dinero. Los sujetos acertaron en invocar al hijo ante la vieja para ganar credibilidad. Aunque ellos no lo supieran, el hijo era escribano y este tipo de transacciones, a la mujer, le pareció fiable aunque un tanto atípica. Cuando los hombres entraron a la casa procedieron a inmovilizarla con gran facilidad. Indefensa, sola, atada a una silla; ella rogaba y lloraba para que no la lastimaran y se fueran de una vez.
 Estaba acomodado en su cama (el cuerpo de su mujer al lado) listo para dormirse cuando regresó aquellas palabras que lo volvían paranoico, sumándose al episodio de la semana pasada.
 Había aliviando esa carga de amenaza constante cuando obtuvo el arma (cargada y guardada a su otro lado, en la mesa de luz). Los trámites le hubieran tomado semanas, afortunadamente, un colega le habría facilitado la demora.
 Mediante otro contacto le entregaron un arma denominada magnum calibre 357. Sintió el frío y el peso en la mano, era algo voluminosa y venía con la recomendación de que solo la usara en caso de amenaza directa y si no había otra alternativa. Las consecuencias del uso mortal con el arma sería una complicación legal innecesaria. El hombre le aseguró que tirando unos tiros al suelo alcanzaría para asustar a cualquier intruso.
 Se levantó y fue a la cocina a buscar un vaso con agua. Luego,  ingirió un somnífero que encontró revolviendo el botiquín del baño.


1:55 am

 A pesar del efecto somnoliento del medicamento percibió el sonido con claridad. Despejo todo trance de sueño, sintió un forcejeo suave de la ventana. El disimulado ruido provenía de otra habitación, que era su biblioteca. Era el lugar donde tenía varias escrituras de propiedades, chequeras, joyas y efectivo que rondaban los diez mil dólares (el resto estaba distibuido en varios bancos) en la caja se valores.
 Un poco aturdido se levantó, tambaleó para abrir el cajón y retirar el arma. Su esposa dormía profundamente. No sabía la hora con exactitud (aunque estuviera el reloj digital con números luminosos casi frente a él), pensó que rondaban las cuatro de la mañana.
 Nuevamente, escucha como el intruso intenta forzar la ventana.  Alvaro Ruíz decide despertar a su mujer; le pide que no se altere y que llame a la policía. Sale de la habitación pero retorna para verificar si su esposa había realizado la llamada. Ella hace una seña negativa y le dice en voz baja: -no me contestan-.
 Finalmente, la ventana cede al extraño y siente las pisadas dentro de su propia casa.
 Alvaro Ruíz continuaba con esa extraña sensación de no poder controlar totalmente su cuerpo. Adormilada su movilidad natural y la lucidez de sus sentidos (quizás por el efecto de la droga), pero su corazón galopaba con una fuerza que parecía salir de su pecho, por el efecto del miedo y la inseguridad.
 Casi corriendo pateó la puerta y disparó a la sombra en movimiento. Luego, encendería la luz, con su mujer a sus espaladas, que no la había sentido salir del dormitorio.


1:06am

 Andrés escribía un mensaje de texto a una de sus novias que vive a dos casas de distancia. Escribe solamente que lo espere en cinco minutos, con la ventana abierta.
 Venía teniendo la costumbre de mantener estos encuentros con ella desde hacía unos meses. Solían encontrarse para hablar, para besarse y tenía la certeza que (en esta noche) todo su fino trabajo de seducción tendría rédito.
 Se arriesgaba a que descubrieran su ausencia pero no padecería más que un sermón. Además tenía la seguridad que su padre (el que escuchaba como veía las noticias desde la sala del comedor) no iría a saludarlo para que tuviera un buen descanso. Nunca lo hacía. De hecho, reflexionó cuando fue ese último beso de buenas noches y si sus cálculos no le fallaban eran más o menos cuando cumplió los doce años.
 Si su enamorada cedía a sus reclamos, llegaría muy tarde pero no le importaba. En silencio retornaría por la habitación donde estaba la biblioteca, era el único cuarto que podía alcanzar la ventana  desde el exterior de la vivienda. La ventana estaba protegida por fuera, pero el joven la había forzado hacía tiempo sin que nadie se diera cuenta. Por suerte, la biblioteca no daba a la calle sino al fondo del hogar, lo que no repararía en ninguna mirada indiscreta de algún vecino que lo delatase.
 Ya sale para la calle, donde su amor vivía. Estaba alegre y excitado, la deseaba e iba a su encuentro y sin reparar en ningún riesgo.



14:32 pm

 Los vecinos realizan una marcha reclamando seguridad para el barrio. Ellos exigen del gobierno que asuma su cuota de responsabilidad ante los últimos sucesos acontecidos.
 Un periodista entrevista a la vieja que fue maniatada en su propia vivienda, también presta declaraciones un comerciante del lugar que comenta que es la segunda vez que le roban. Otros hablan de la muerte del muchacho asesinado por su propio padre. Este confuso hecho policial lo enmarcan dentro de la psicosis que vive la población ante esta ola de violencia e inseguridad.
 Todos se sienten vulnerables y las cámaras del informativo los expone. Quizás, otros los estén viendo y sienten muy lejana la amenaza pero ellos hacen hincapié en que viven en un barrio denominado residencial y el reclamo de seguridad no se ve reflejado, incluso por el alto costo de sus impuestos.
 De todas formas, el drama de la familia Ruíz tuvo su cobertura dentro de los programas periodísticos.


*
2:03 am

 La madre al ver a su hijo muerto en el piso, retrocede gritando. Alvaro Ruíz deja caer el arma.
 No sabe, en ese momento, el tormento que se iniciaría en su vida. No tiene idea de cómo podrá sobrevivir a esta tragedia.






Gracias por leer este relato, comentarlo y la difusión que le puedan brindar.
A todos los lectores de LDU y los blogs amigos que nos acompañamos. 
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Un abrazo a todos.    

4 comentarios :

omar enletrasarte dijo...

dramático y realista,
saludos

Un par de neuronas... dijo...

Y la vida siguió para todos...

Y que estos sucesos ocurran cada día y todos eludamos responsabilidades, da miedo sólo pensarlo, no?

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Oye, muy padre, yo hace años escribi un cuento casi similar al tuyo,iniciando por el final y terminando por el inicio.... Cuidate. no dejes de escribir

El Colmillo del Diablo

Uno
Una tímida gota de sangre nacía a la altura de la sien, recorriendo el pómulo y tomando como vía larga la mandíbula inferior derecha, suicidándose desde lo alto del mentón. Seguida de otras no tan tímidas.
Shhhhhh… Uhhhhhh… Shhhhhh…
Uhhhhhh… Shhhhhh… Uhhhhhh…
Estos sonidos hasta el infinito…
La lluvia y el viento parecían ser las dos únicas formas de vida en el extraño mundo de la noche.
Carlos Tizoc

Luis dijo...

Gracias por comentar Omar y Verónica. Coincido con ustedes la vida pasa, todo pasa ( a veces lamentablemente)...
Anónimo; suceden estas cosas. Quizas deberíamos escribir en forma conjunta; como Sabato y Borges, como Ortega y Gasset jaja es un chiste.