jueves, 23 de febrero de 2012


Relato: "Que te mueras" por Luis Bernardo Rodríguez


QUE TE MUERAS





Maldecir y lanzar injurias es, hasta cierto punto, algo irreflexivo pero natural en todos. Nadie mide las consecuencias ni los daños de las palabras, porque nadie entiende el grado de impacto que puede causar en el otro. Ahora lo entiendo (tengo miedo de mis palabras), me atemoriza hablar sin pensar lo que estoy diciendo.

Siempre sentí cierta inclinación por hacer chistes de mal gusto. El origen, quizás, haya sido una sonrisa la primera vez que cometí un exceso verbal de este tipo. Aquella inicial aceptación, tal vez, caló hondo en mi ánimo para forjarme un futuro como un sarcástico por naturaleza. Probablemente, lo hice inconscientemente, para defenderme de cualquier ataque que pudieran realizarme.
Algo que me caracteriza (aquellos que me conocen), es que la muerte la llevo en mi boca. Entre disparate y ordinariez que emito (aclaro que si la circunstancia es propicia, porque no suelo intercalar malas palabras constantemente, es decir; a cada frase que voy diciendo), se cuela algún: “porque no se muere”, “ojalá lo parta un rayo”, “avisame cuando le hagan el funeral a este imbécil” y otros oscuros deseos desafortunados
Nunca me había percatado la dimensión de lo que decía hasta que aquellos, con los que mantenía la conversación, cambiaban el semblante y se disgustaban por lo dicho o simplemente me exponían que era demasiado perversa la sentencia que estaba lanzando. Cuando llegaba a este punto (donde mis amistades me frenaban o imponían el límite), a veces, hacían una observación del estilo; “ya estás exagerando, no es para tanto”. Justamente, en ese instante, replanteo las últimas palabras y no puedo salir de mi asombro, ya que nunca pensaba que me estuvieran escuchando. Algo así como; en este momento hablo internamente, pero algo falla y sin pensarlo, escuchan semejante barbaridad.

No me considero una persona irascible pero estallo (en ocasiones) como todo mortal.
En mi trabajo me mantengo bastante relajado y nunca he discutido con mis clientes (que tienen una contemplación positiva con respecto a mi funciones). Me baso en la premisa que ellos no tienen culpa; de mis problemas, mis quejas con respecto al funcionamiento interno de la empresa, si no valoran mi años de experiencia, si no me han aumentado el sueldo como correspondería o no escuchan mis reclamos. Siempre me manejé con esa idea de no tomar a los clientes como rehenes de mi frustraciones laborales y no hacerlos objetos de descargo (como la puerta que golpeamos, hasta casi desamurar de la pared, porque el encono nos gobierna con mano dura en esos instantes).
Lo cierto, es que distinta actitud tomo cuando estoy libre (entiéndase libre como; en la calle).
Luego de marcar la salida de la jornada; mi cara cambia, mis nervios están alterados y casi con los ojos inyectados en sangre salgo raudo para subir al primer autobús que pase (es que siento una imperiosa necesidad de llegar a mi casa rápidamente, como si mi vida dependiera de arribar lo antes posible). El mínimo roce o lisa y llanamente un empujón de un pasajero (que distraídamente olvidó que debía descender) causó un efecto de bronca que irá en aumento, pero que intento reprimir. Indudablemente, mi facciones demuestran mi alteración, porque siempre me piden disculpas. Aunque los más desconsiderados son reacios a excusarse, consecuentes a su condición.

Un día llegando a mi hogar, revisé la caja de cigarrillos. Me quedaban unos pocos , por suerte la estación de servicio siempre se encontraba de turno. Un hombre moreno, de unos cuarenta años, me atendió. Fui con cierto temor, porque solo llevaba un billete y era un monto importante para el cambio que exigía mi compra. De todas formas, pensé que él iba a despacharme sin problemas. Le pedí la marca de cigarrillos que acostumbro a fumar, me los entrega y le di el dinero. El hombre me miró con fastidio y me dijo: - no tenés más chico. Le expliqué, que no tenía más que el billete que le había entregado. Cambió su tono de voz, a uno más desagradable y despectivo, me estiró la mano con un ademán reclamando la devolución de la cajilla. Intenté negociar pidiéndole otra caja pero recibí una rotunda negativa. Aumentó la apuesta para hacerme sentir un verdadera molestia.
Le entregué la caja de cigarros (en la mano) y naturalmente me salió de la boca: - metete los cigarros en el culo, negro de mierda-. Sé que dije algo más, pero no sabía con exactitud que fue.
Luego, me coloqué los auriculares para continuar escuchando música. Supuse, que era muy probable que estaría insultándome mientras cruzaba la calle. Solo pensaba en que iba a quedarme sin fumar, frente a la computadora, las pocas horas que tenía para distraerme.
Fumo desde los quince años y la abstinencia al tabaco (aunque sea poco tiempo) me provocaba un mal humor que se generaría, durante la mañana, al despertar.
No pude dormir tranquilo, entre sueños disparatados pasé la noche. Los residuos que nos queda del diario vivir, generalmente, vuelven transformados y deformes en las horas que nosotros creemos descansar o apagar el cerebro. No podía faltar la reciente discusión con el pistero del la estación de servicio. Lo curioso; es que me fue revelado esas palabras que no recordaba en aquel instante de furia. Le decía; que esperaba que le robaran y que uno de esos drogadictos le volase la cabeza de un tiro. Internamente, pensaba en lo terrible de mis palabras pero, más me preocupaba que hayan sido escuchadas, aunque dudaba del carácter fidedigno del sueño.

Me desperté temprano. Luego de vestirme y arreglarme un poco, salí a comprar los benditos cigarros vedados la noche pasada. La mujer que atendía el pequeño local, charlaba animosamente con una vecina y hablaban en tono trágico. Se lamentaban y permanecían incrédulas ante la violencia que se había instalado en el barrio. Según lo poco que pude escuchar (ya que me despachó rápidamente para retomar las inquisiciones), fue que durante la madrugada asaltaron la estación de servicio y que además del dinero que se llevaron resultó asesinado (a quemarropa y sin piedad) el empleado del establecimiento.

Ese día descansaba y pude cotejar el rumor del barrio con el noticiero (cubrieron el hecho de sangre) en sus habituales crónicas policiales. Destaco que el contenido informativo no fue mucho más completo que las palabras de las vecinas, que dicho sea de paso, tuvieron la primicia.
No sentí remordimiento, ni culpa, pero una curiosidad que nunca había experimentado se instaló.
Pasaron los días y mis sospechas acerca de la identidad del caído en el robo se resolvieron. Era exactamente el mismo que había insultado, en aquella víspera a su trágico final.

Durante la semana que siguió nada parecía alterarme, viví una especie de paz. Estaba exultante de alegría, siendo más generoso en mis sonrisas y halagos que repartía sin discriminar. Para colmar mi buen ánimo, las murmuraciones acerca del ascenso al cargo de encargado (en mi sección) apuntaban a mi persona. Estas sospechas se confirmaron cuando mi superior me llamó para una entrevista, en la que me planteó la confianza que depositaba en mi, para ocupar el puesto que me prometían.
Como visible postulante algunos de mi entorno me felicitaron, otros no.
Pasados unos días tuve, nuevamente, otra entrevista para recibir la resolución de la propuesta.
El semblante de mi jefe prevenía que mis ilusiones estaban fraguadas. Lamentablemente, me indicó que se disculpaba por haberme generado falsas expectativas y que, en lo posible, me comprometiera más y dejara de lado cualquier sentimiento (aunque sea noble y contemplativo) que pudiera perjudicar el funcionamiento de la empresa. Perplejo, le pregunté a que se debía esa recomendación y recibí como respuesta la mención de un hecho (que solamente había comentado a una persona) y que obviamente había afectado en la evaluación para ser descartado.

En una ocasión, encontré a un cadete llevándose algo de mercadería (de poco valor) y decidí no ejecutarlo frente a ningún encargado. Conocía muy poco la vida personal del muchacho pero tenía conocimiento que estaba atravesando, junto a su madre, una situación económica bastante complicada. El único favor que realice fue callar, hice como si nada hubiera pasado. En aquel momento, un compañero con el que solía llevarme muy bien, me pareció digno de confianza para relatar lo que había visto.
Cualquier persona puede llegar a ser un potencial enemigo. Incluidos aquellos que al día de hoy parecen ser todo lo contrario. Por lo tanto, la información que uno recaba de cualquiera (más adelante en el tiempo) puede servir para usarlo en su contra.
Esta persona resolvió que era el momento de desempolvar aquella omisión y si su objetivo era cortarme el camino (en mis posibilidades de mejora laboral), indudablemente lo logró.

Indignado y como es mi costumbre de enfrentarme directamente (sin pensar en las consecuencias), fui al encuentro del otrora confidente. Un rosario de insulto, haciendo gala de mi peor léxico, le recité en la cara. Podría transcribir cada palabra de mi enfático mensaje, pero traidor es la primera palabra que destaco, las demás serían censuradas si la pelea hubiera sido televisada. Alterado y con la cara enrojecida, mis compañeros intentaron calmarme y me rogaron que me detenga porque me hubiera podido dar algo. Nuevamente; como sucedió con el pistero de la estación, dije algo que otros escucharon pero que en mi memoria no quedó registrado.
La imagen de mi rostro reflejado en el espejo del local fue lo que me calmó. Había en mi mirada un brillo particular. No soy bueno para realizar descripciones; pero podría decir que todo el odio que sentía en ese momento me salía de los ojos. Sentía que aquel que osara mantener enfrentada su mirada con la mía, podía salir lastimado sin necesidad de usar la fuerza.

Esa noche se repitió el sueño intranquilo y verifiqué la sentencia que había promulgando en la discusión. Ciertamente, me imaginaba que algo así de sádico, podía salir de mi boca pero nunca que se cumpliera.

Un día la persona que me traicionó, se siente descompuesto y se retira del trabajo. Vuelve en un par de días y comenta que se encuentra relativamente bien. De todas formas, debe someterse a algunos análisis por recomendación de su médico.
Es lógico imaginarse, que me llegará por intermedio de otros esta situación. Estábamos incomunicados, incluso sin saludarnos (era de mutuo acuerdo pero implícito), como resultado del altercado.
Finalmente, se cumple aquellas palabras olvidadizas. Por accidente, escucho a dos empleadas charlando, comentando que el motivo por el cual viene ausentándose (el que me había delatado) era porque comenzaba su tratamiento de quimioterapia. No hace falta agregar que el resultado del tratamiento no sirvió de nada.

Tenía muchas cosas que pensar, quería llegar a mi casa y reflexionar que estaba pasando. No sentía remordimiento alguno.
Recordé una vez que dije; cuando hacía chistes sobre desearle la muerte a alguien, que me parecía algo propiamente humano (demasiado humano) y aludía que no existía peor cosa para augurarle a otro la muerte. Siempre exponía cosa por el estilo, para descomprimir las situaciones, cuando se me iban un poco de las manos o hería la sensibilidad de alguien con mis palabras. De todas formas, agregaba que nunca tomaran en serio lo que solía decir, ya que a veces ni pensaba lo que de mi boca expulsaba.
Aunque debía reconocer que las últimas trágicas coincidencias me tenían desconcertado y sin rumbo en mis reflexiones.
¿Acaso provoqué todo esto?, ¿quién escucha mis insultos y los toma como plegarias para cumplir?.
En determinado momento, en ese movimiento de ideas pasó por mi cuerpo una sensación agradable. Como un estado elevado, de superación. ¿Podía parecerse esto al poder?. No como una habilidad única, sino otra cosa (que se comprende pero que no se puede explicar exactamente), algo intransmisible. El resultado de semejante intuición fue de vergüenza, me sentía un reverendo imbécil y me eché a reír. Por suerte, no había nadie mirándome y que lograra aumentar mi ridículo.

Necesitaba relajarme y para hacer algo así; decidí tomar unos tragos en un local (donde la música suena sin aturdir) cerca de mi trabajo. Era de imaginar que apenas con unos sorbos de la bebida, quedé beodo con celeridad (no tengo costumbre de tomar alcohol). No quise seguir bebiendo y me retiré a la media hora del lugar.
Mientras caminaba de regreso, se cruzó una chica muy hermosa pero con un caminar brusco, rabioso y sin compás. Viéndola venir, cualquiera la creía capaz de atropellar a un anciana si se le interponía. No me gusta hacerme el galán, ni practicar el noble ejercicio de lanzar elogios a mujeres extrañas en plena calle, pero envalentonado como me encontraba me arriesgué. Con una sonrisa le dije; -porque tanto apuro, dulzura. Reconozco lo devaluado de mi frase en originalidad, pero como no era mi forma de proceder, hice lo que pude.

Con una soltura increíble, me hace una devolución que ni un barra brava de un equipo de fútbol se atrevería a escupir en plena vía pública (justo cuando pasaba una mujer con su hijo pequeño de la mano, que atinó a taparle los oídos al menor). Seguramente, en su reacción venía arrastrando alguna frustración, desplante o desilusión. Lo que casi me deja en llanto desesperado y de temor, fue la última frase que me dedicó antes de seguir su trayecto; - pajero de mierda, ojalá que te mueras-.

Nada me asombra, escuché y dije cosas sin pensar. Insultos y bajezas salen de cientos de bocas en la calle, a toda hora y sin necesidad. Salen agresiones gratuitas en diversos medios que nos inspiran. No hay límites para el asombro en ningún ámbito, es acostumbrase y adoctrinarse a este ambiente cada vez más violento.
Aunque los ojos de esa muchacha, al momento de insultarme, fue lo que provocó el miedo que ahora experimento. Su mirada me recordó a mi propio reflejo en aquel espejo. Esa mirada destilaba odio y el verdadero deseo de verme muerto. Siento que estoy marcado por algo y no sé que esperar. Creo que todos deberíamos medir nuestras palabras, pero quizás sea demasiado tarde para todo.

Muchas gracias por visitar Letra Digital Uruguay y los comentarios que dejan. Un saludo y los invito a participar. 

11 comentarios :

omar enletrasarte dijo...

en varias instancias, me asombra
saludos

Luis dijo...

Gracias Omar por siempre pasar por este espacio. Me gustaría saber en qué momentos surge el asombro y si es desagradable o te invita a reflexionar.

Neogeminis Mónica Frau dijo...

El estado de violencia que se suele ver en nuestras sociedades casi ni sorprende. La gente destila agresión, odio, resentimiento...y no sería extraño que esas energías negativas cobraran fuerza y se transformaran en un arma mortal que cargara contra todos, incluso, contra nosotros mismos.Si fuéramos más inteligentes y valoráramos nuestra propia sobrevivencia, apostaríamos con igual énfasis a toda la carga positiva que pudiéramos generar, de esa manera, la vida sin dudas sería mucho más agradable y llevadera.

Un abrazo.

Luis dijo...

Neogeminis muy acertado tu reflexión que te agradezco que hayas expuesto al final del relato, como un epílogo que completa el relato. Gracias a todos por tomarse el tiempo de leer y dejar sus impresiones

Anónimo dijo...

No sabes cómo me identifiqué, no soy grosera, pero si tengo un sentido del humor sombrío... Mira que empezó el relato y el asombro fue en aumento, hasta ese final tan perfecto. Buen cuento, bien realizado, bien culminado,felicidades, un gran beso.

Luis dijo...

Gracias May por tu comentario y al igual que tú, no soy grosero pero siento cierta fascinación cuando escucho alguna palabra ordinaria, no puedo evitar la risa y es como un dialecto aparte. De todas formas, está empleado en relato con otra intención.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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Saludos Cordiales; Dr. Oxel H. Portilla: Presidente.

Judith dijo...

La violencia verbal y física al parecer se esta poniendo de moda y al parecer va a ser una moda muy larga, es increíble a lo que hemos llegado.
Muy bueno y realista!
Besos

Patricia K. Olivera dijo...

Que real y acorde a los tiempos que vivimos. Creo que los deseos van acompañados de la energía con que se los emite y lamentablemente las malas vibraciones son como un veneno que puede matar. El universo solo espera a que hablemos...
Un placer leerte!!

Sigo por aqui...

Luis dijo...

Gracias por los comentario y su apoyo Judith y Patricia O. Estamos en contacto para crear alguna actividad en conjunto con nuestros blogs.